miércoles, 18 de noviembre de 2009

Niño con TDAH


Nacho es un niño de once años que tiene trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Se lo diagnosticaron cuando tenía siete años y desde entonces, ha ido mejorando mucho. Es un niño adoptado, como su hermano mayor, y vive en una familia estructurada y con recursos económicos. Estudia quinto de primaria. Nacho tiene suerte porque las relaciones de la familia con el colegio están muy coordinadas gracias al trabajo del EAP y del esfuerzo de sus maestros.


Cuando Nacho llegó al colegio, en segundo de primaria, nadie entendía por qué se portaba tan mal. Sus compañeros estaban hartos de él porque les insultaba continuamente y les pegaba sin motivo. Y sus maestros de ciclo inicial perdían los nervios con él porque no hacía caso y parecía no importarle las amenazas ni los castigos. No había una sola clase en la que estuviera sentado más de diez minutos seguidos, y parecía no entender las indicaciones de los maestros. A veces, durante la hora del patio, insultaba con palabrotas no propias de su edad y tiraba piedras a las señoras de la limpieza, y otras veces se colaba en el edificio de la dirección del colegio para hacer cualquier gamberrada. Una vez inundó el lavabo del director sin que nadie se diera cuenta. Llegó a defecar en medio de la pista de fútbol del colegio, en la hora del patio, delante de todos; y también orinó a posta en la toalla de un compañero en el vestuario. Luego se arrepentía y pedía perdón, pero más tarde volvía a repetir alguna cara nerviosatrastada.


Esto le hundía su autoestima porque se sentía como un niño malo, culpable de todo. A menudo no sabía por qué le gritaban ni por qué le repetían que era un mal alumno, que con esa actitud tendría que quedarse en casa. Por otra parte, su tutor de segundo empezaba a darse cuenta de que cuanto más se le regañaba, más nervioso y más violento se ponía. Fue entonces, a los siete años de edad, cuando le llevaron a psicólogos y psicopedagogos que le diagnosticaron "Trastorno por déficit de atención con hiperactividad". El centro se puso en contacto enseguida con el EAP y empezaron a investigar el caso de Nacho. En ese momento los maestros entendieron que no se portaba mal porque era un mal educado, sino porque tenía un serio problema.


Las estrategias para corregirle o educarle tendrían que ser, por tanto, muy distintas a las que se utilizaban con otros niños. Por ejemplo, de nada servía gritarle porque eso no daba buenos resultados con él. A parte de TDAH le habían diagnosticado un retraso mental leve, que no suele estar ligado a la hiperactividad.


Nacho tiene tics cuando hablas con él, pues suele cerrar los ojos de golpe, y a veces le vienen espasmos en los que sacude los hombros. Saca mucho la lengua cuando pinta. También se suele tocar las orejas con agresividad porque piensa que tiene una abeja que le quiere picar. De alguna manera, él siente la abeja rondando por sus orejas. Además, tiene trastorno de bipolaridad, que se manifiesta en grandes enfados con una persona determinada y con efusivos abrazos momentos después. cabezaPasó de curso con el resto de sus compañeros, que tuvieron que aceptarlo a la fuerza, al principio.


Con el diagnóstico, la adaptación curricular y la medicación mejoró mucho, pero no por ello dejó de ser un alumno problemático. Algunos maestros, quizá por pereza, no acabaron de aceptarle y se ampararon en la equivocada idea que un niño así tiene que estar en un centro especial, donde se le podría tratar con más profesionalidad. Sin embargo, las personas encargadas de Nacho en el EAP dejaron muy claro que tenía que estar con niños “normales”, porque eso era lo mejor para él.


En cuarto de primaria Nacho dijo a su velador, o mejor dicho, a su auxiliar de educación especial, que quería morirse, que tenía ganas de irse al Cielo y dejar de hacer daño a los demás. Pero el apoyo cada vez más necesario de sus compañeros le ayudó a superar esta idea y empezó a sentirse más a gusto. Aunque seguía haciendo gamberradas y no le gustaba nada estudiar, la inmensa mayoría de los maestros, buenos profesionales de la educación, y casi todos sus propios compañeros se volcaron con él, armándose de infinita paciencia y comprensión. De este modo, Nacho estaba plenamente integrado en el grupo. A partir de aquí se le podrá educar con efectividad.


Al curso siguiente entré yo para sustituir al antiguo auxiliar de educación especial y me dio una serie de importantes consejos para poder atenderle con el máximo cariño y respeto y con la máxima profesionalidad. Durante el tiempo que estuve con Nacho puedo decir que aprendí muchísimo, que él me dio más que lo que yo le pude dar. Era bastante duro estar con él, pues a veces te insultaba con palabrotas muy grandes o te amenazaba de darte una bofetada sin motivo, pero valía la pena porque aprendías a controlarte y a ser lo suficientemente responsable para saber que era su modelo, y que todo lo que hiciera le influiría de alguna manera. Otras veces me sorprendía con una genial ocurrencia y me hacía reír a carcajadas, como el día que se presentó voluntario en la clase de catalán para recitar un poema y se inventó todos los gestos. Entonces, cuando todos sus compañeros se pusieron a aplaudirle de improvisto, sin que el maestro lo hubiera pedido, pensé que Nacho es un alumno hiperactivo que tiene un problema y que necesita que le prestes toda tu atención y cariñoso . EL en la hora del patio haciendo las fichas de matemáticas porque durante la clase el maestro no había conseguido que Nacho se pusiera a trabajar. Y aunque se enfadara, había que tenerlo trabajando en el patio para que aprendiera a ser responsable, que el descanso sólo tiene sentido si es merecido. Y el cariño, por supuesto, también servía para felicitarle y animarle si había progresado en el trabajo de clase. Eso era tan importante como regañarle cuando lo hacía mal, pero siempre en tono positivo y constructivo. El tutor de Nacho, que es una bellísima persona y un gran profesional, se encargaba de revisar que se cumplieran los objetivos transversales (de habilidades, actitudes y conducta) y de que progresara a su nivel. La relación del tutor con el EAP y con la familia era muy buena, por fortuna del niño, porque si hay concordancia en las formas todo es mejor. Cada día, a las cinco de la tarde, cuando los niños recogían para irse a casa, el tutor se sentaba conmigo y con Nacho y rellenábamos la hoja de valoración diaria, en la que mirábamos cómo había ido el día. También se apuntaban por detrás las incidencias, si había habido, o las buenas acciones. Luego los padres firmaban la hoja y la guardaba el tutor en un archivo. La madre de Nacho, por ejemplo, comentaba con su hijo la hoja a solas, y si había habido algo muy grave se citaba con el tutor para tener una entrevista sobre lo ocurrido y sobre el progreso de Nacho en general. Yo era el máximo responsable de que no le pasara nada ni que le pasara algo a los demás por culpa suya. Por ejemplo, una vez, agarró un nido de orugas de un árbol y se lo tiró a varios niños de primero de primaria, que acabaron con el cuerpo lleno de picores. A uno de ellos lo tuvieron que llevar al hospital porque tenía el ojo hinchado, y a otro tuvieron que desnudarle para ponerle crema en todo el cuerpo por culpa de las picadas de las orugas. Cuando entré esa tarde al colegio, me encontré con Nacho castigado en la pared con el cuello inflamado por el picor, y todo lo que me dijo es que si él se iba a curar. No le preocupaba qué pasaría con los otros niños pequeños. Más valía hablar a solas con él, en un despacho, y explicarle detenidamente que hacer daño a los demás está muy mal, que regañarle duramente y proporcionarle castigos desorbitados. Había que regañarle, pero con cariño. Normalmente no hay episodios tan tristes como el de las orugas, y todo se reducía a insultos o empujones con sus compañeros. En definitiva, estoy muy agradecido al colegio por darme este trabajo de auxiliar de educación especial, compatible con mis estudios; pues gracias a Nacho aprendí no sólo a tratar a los alumnos hiperactivos, o con necesidades educativas especiales, sino sobre todo a educar a los niños en general.


A modo de conclusión, convendría afirmar, después de esta gran experiencia, que cuanto más nos esforzamos como profesionales a atender a un alumno con necesidades educativas especiales, mejor será su educación y su desarrollo como persona. A mayor calidad de atención, mayor calidad de vida.


Valeska Sepúlveda V.

1 comentario:

  1. Buen comentario el tuyo, asi se trabaja para que un niño pueda salir adelante, lo importante en este proceso es que la Institución donde se educa sepa que esta ante un caso muy particular para lo cual es necesario poder armarse de paciencia y tratar de aprender las aplicaciones que tu haces como una herramienta mas para llevarse bien con El y ayudarlo a educarse para llegar a la integración, lo que si es fundamental es la actitud de los padres que deben ser los grandes colaboradores a la hora de poner limites y hacerle comprender lo que esta mal.-

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